Los partidos políticos y la clase política buscan sobrevivir en la crisis actual, pero no faltan razones para que el pueblo desconfíe por naturaleza de quienes han usado una apariencia de democracia como escenografía para su teatro militar. El Estado, sobre una pirámide de cadáveres, siempre tiene como fin último la permanencia del poder de los dueños del país, aunque fuera necesaria una masacre de gente desarmada protestando por hambre.
Mientras se pelean el premio mayor, buscando entre ellos mismos a los supuestos expertos que dirigirán al país, el pueblo solo ve un conflicto entre patrones que, como siempre, olvida las demandas del pueblo y oculta, tras bambalinas, alianzas entre izquierda y derecha. La sonrisa falsa, la mano en el pecho, el optimismo televisivo, serán muestra de su delirio, porque, a pesar de sentir cierto alivio por la pausa que tuvo el estallido social por la crisis socio-sanitaria, saben que, en el fondo, nadie los quiere y que solo siguen con un circo que no representa y que solo defienden la propiedad privada de los poderosos.
Desde O’Higgins que el pueblo está postergado, mucho autoritarismo ha soportado el pueblo de la región chilena, mucha de su historia ha sido barrida bajo la alfombra, pero aún sobrevive el ardiente deseo de escribir nuestro propio destino, de perfilar una sociedad más justa y sabemos que la llave no está en el gobierno, sino en las energías de la revolución social, la única que hará que la dignidad se haga costumbre como ley tallada en nuestros corazones.
¡Levantamos banderas negras a poco tiempo del cumpleaños de esta nación nefasta, en nombre de todas y todos los caídos en sus garras! Hacemos un llamado a colgar banderas negras durante la cuenta pública de Piñera y ojalá a mantenerlas durante todo septiembre, como símbolo de la ausencia de Estado, de gobierno y de patria, porque los pobres nunca han tenido patria.